Si nos parasemos a pensar un poco en
cuanta gente son participes de nuestras vidas aunque solo sea en el
instante que nos sirven el café, nos entregan un paquete, cuando
compramos el periódico...etc, nos daríamos cuenta que son personas
que seguramente no volverán a aparecer y que nunca sabremos nada de
ellas. Pues bien, de eso trata nuestra novela, con la salvedad, que
nos encontramos a finales del siglo XIX y todos estos quehaceres
diarios no eran tan impersonales como en la actualidad.
Así que ahí tenemos a nuestra
protagonista (sin nombre) trabajando en una oficina de correos de un
barrio selecto, en unas condiciones de espacio no muy satisfactorias
(en la jaula), con un compañero y un ayudante cuya convivencia no
se percibe muy fluida, pero con unas características que son las que
la hacen mantenerse en su puesto incluso habiendo pedido destino a
otro despacho, seguramente más cómodo pero con clientes que
pertenecerían a otro estatus.
El titulo de la novela, como es sabido,
es “En la jaula” (escrita en 1898), pero para nuestro personaje, a pesar de las
condiciones de trabajo ya detalladas, bien se podía llamar “En la
atalaya”, pues así es como se manifiesta dominando los secretos de
los clientes que ingenuamente van a mandar un telegrama o
certificado. Al parecer, tenía que contar las palabras para calcular
la cuantía del encargo o directamente se lo dictaban, por lo que era
conocedora de todo su contenido, sintiéndose con esa superioridad
que otorga conocer todos los pormenores por muy confidenciales que
fueran. “Estaban las mujeres descaradas, así las llamaba
ella, del estilo más distinguido y también del más vulgar, de
cuyos despilfarros y tacañerías, de cuyas peleas y secretos y
relaciones amorosas y mentiras tomaba buena nota, hasta que, en
ciertos momentos, en privado, experimentaba un perverso y triunfal
sentimiento de dominio y poder, la sensación de tener sus tontos y
culpables secretos en el bolsillo, en su pequeño cerebro retentivo
y, por tanto, de saber mucho más de ellas de lo que sospechaban o
les gustaría creer.”
Se obsesiona con un caso en particular
que le parece especialmente llamativo, pues la atracción que siente
con el interesado se hace cada vez mayor cuando se percata, todo
según sus conclusiones, que se puede encontrar en peligro o por lo
menos en una situación embarazosa que le acarrearía no pocos
problemas “Cuanto más tiempo pasaba sin ver al capitán
Everard, más comprometida se sentía,”. Se atreve a dar el
paso y mantener una conversación fuera de la “jaula” rompiendo
con ello todos sus principios en lo relativo al trabajo y violando
todos los complejos existentes entre dos clases sociales tan
diferenciadas “—¿Odiarlos? Creía que te gustaban.—No
seas estúpido. Lo que me «gusta» es despreciarlos. No te puedes
imaginar lo que pasa por mis manos.”
Aparecen otros personajes que no por su
menor extensión son menos interesantes. Así tenemos al novio de
nuestra funcionaria (al que no ama), un trabajador con ansias de gran
empresario y consentidor de todas las actuaciones de su prometida y
que nos deleitan con una relación distante y un tanto peculiar,
siendo ella la que con sus subterfugios maneja la situación “No
obstante, le gustaba que él la creyera estúpida, pues eso le daba
el amplio margen que siempre necesitaría” “—Sí, por supuesto;
así fue como empezaste, ¿recuerdas? Tú eres terriblemente inferior
a él.” También tenemos a la Sra. Jordan, con sus delirios
de grandeza y sus disputas con nuestra funcionaria a ver quien conoce
más en profundidad a todos los personajes influyentes de la sociedad
(ella tiene una empresa de flores) “—¡Dudo mucho que sean
tan suyos como míos! Sus asuntos, sus citas y sus planes, sus
pequeños juegos y secretos y vicios, todas esas cosas pasan por
delante de mis ojos.”
El desenlace es un poco confuso,
reconozco que tuve que leerlo dos veces y aún así queda algún cabo
suelto, no obstante se cumple la máxima de Henry James en dejar para
el final la explicación definitiva y no siempre completa. No hace
falta recalcar, una vez más, la calidad literaria, la agilidad de su
prosa....y la férrea recomendación de sus libros.
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