Estaba retrasando la lectura de este
libro porque sabía me iba a resultar muy difícil (el nudo en la
garganta, ya sabes), y no me estoy refiriendo a sus seiscientas
páginas ni a a su comprensión, sino a esos recuerdos (los que
tenemos una edad) de unos momentos muy duros de nuestra historia en
la que no se podía permanecer impasible; era un estado permanente de
perplejidad. No sabíamos “a santo de que” se cometían
asesinatos, por algo que adivinábamos como imposible de otorgar y
que achacábamos su autoría, en un principio, a cuatro perturbados.
Después te ibas dando cuenta de la dimensión del problema, el apoyo
con que contaban y que había una élite podrida que se adueñaba con
acciones mafiosas y macabras de la voluntad de unas gentes imbuidas
en el circulo vicioso del miedo a las continuas prevalencias de los
matones, así como de una machacona propaganda de alabanzas y
vítores.
Cuando se miren estos hechos con la
perspectiva del paso de los años, es cuando se lograrán unas
valoraciones mas efectivas sobre lo que verdaderamente aconteció; se
podrá hacer un ensayo profundo de la manera tan decisiva que influye
en las mentes y comportamientos distorsionar la historia en provecho
propio, fomentar el odio desde temprana edad y seguir una causa
en aras de una tiranía ficticia creada desde el rencor y con gran
dosis de despotismo (estoy hablando de los años de democracia). Los
símbolos, las proclamas, la parafernalia costumbrista, el
ascendiente mediático; son decisivos para insuflar unos propósitos
legítimos si se realizan por vía pacifica, pero segar la vida de
inocentes, en pos de quien sabe que intereses verdaderos y arruinar
la vida a jóvenes influenciables de buena voluntad, no se lo podrán
perdonar.
Siempre me he preguntado en este tema
algo que en el libro/documento he encontrado respuesta; me refiero a
la vida cotidiana de los asesinos, si verdaderamente merecía la pena
involucrarse sabiendo que siempre ibas a estar escondido,
desconfiando, huyendo, con miedo...y esto en el mejor de los casos,
ya que de no ser así estabas en la cárcel o muerto; en definitiva,
perder una vida por algo que no vistes a tiempo, haber sido
utilizado... haber sido el instrumento de una mentira.
Otra cosa que tenia siempre en mente, y
que también he encontrado la respuesta aquí, era el día a día de
los familiares, de los asesinos y de los asesinados; como se pueden
comportar con
esa losa que de una manera circunstancial, o no tanto,
les ha tocado padecer, y más en los pueblos, donde se daba la
paradoja que los de las victimas son los que tenían que
esconderse
o desaparecer de las bravuconadas cómplices de los pistoleros si
querían llevar una vida apacible
“Iban al pueblo con la
furgoneta a última hora de la tarde, ya oscurecido, para no llamar
demasiado la atención.”. Cuando escuchaba que no querían
hacerle funeral (habría que hacer un estudio minucioso del papel de
la Iglesia en todo esto) o que se tenia que fijar una hora nocturna
para “evitar altercados”, pintadas en las tumbas, dianas
premonitorias, insultos de todo tipo....es como dice el libro “nos
están asesinando dos veces”. También quiero resaltar el daño de
frases tan comunes como “algo habrán hecho”, “bueno, bueno, lo
repudio pero...” los que estábamos fuera, “es que sin estar
allí es difícil opinar...”, “el conflicto vasco”,
mucho daño.
“...durante la ceremonia del sepelio, le susurró a Xabier
una cosa que este nunca ha olvidado. ¿Qué cosa? Pues que le parecía
que, más que enterrar al Txato, lo estaban escondiendo.”
Pone bien a las claras, el patrón de
comportamiento y la condición de los asesinos; si alguno pudiéramos
pensar que eran concienzudos estudiosos de los valores y fundamentos
de la izquierda comunista, lectores de grandes tratados políticos
sobre luchas de clases, estamentos sociales etc. nada más lejos de
la verdad, te encuentras con una figura sin estudios ni preparación
alguna, que abandonan todas sus actividades, muy conservadores (se
avergüenza de su hermano por su condición y por el que dirán)
“Ahora nos convierte a ti en la madre del maricón, a mí en
el hermano del maricón, y tira nuestros apellidos por los suelos”,
de familias profundamente religiosas, que son los perjudicados, pues
como dice ya en prisión y lleno de extrañeza “yo aquí y la gente
riendo en las calles, en las playas, de fiesta...todo para que?”.
Me imaginaba un libro lleno de datos,
explicaciones de atentados, situaciones concretas de los atentados,
Enrique Casas, Ordoñez, Ortega Lara, Miguel Angel Blanco, Santi
Potros, Pakito....y me encuentro, para mi dicha, lo contrario, no
hay nada de esto, solamente lo describe de forma muy sucinta
“—Te
habrían zurrado de lo lindo y de lo galindo”. Pone el foco
en dos familias, pero tan importantes como ellas son el entorno,
amigos, familiares y el pueblo en general, ya que la situación que
se encuentran quien no son afines, es irrespirable.
Plasma con gran
nitidez los recelos de unos ciudadanos cautivos de su indolencia.
Te lo cuenta de una manera sencilla,
cambiando de tercera a primera persona con frecuencia, baile de
fechas que no molesta, con un vocabulario y expresiones que parece
que los estas oyendo; esas pausas, frases cortas, el carácter donde
cualquier hueco a los sentimientos es percibido como un signo de
debilidad; parcos en palabras; susurrando con los vecinos y haciendo
de la “causa” el núcleo donde gira toda su existencia. Los
perfiles son maravillosos, ocupando el espacio otorgado a la
perfección; los hombres callados y con sus entretenimiento (mus,
bici, huerta..) pasando desapercibidos, sin querer ser protagonistas
de nada, sin molestar; en cambio las mujeres.., carácter
inquebrantable, orgullo intacto, dominadoras de toda situación,
prefiriendo morir a dar su brazo a torcer y con esa manera tan
peculiar de administrar el odio “Matan y los matan. Las
guerras son así. A mí tampoco me gustan las guerras, pero qué
quieres. ¿Que sigan machacando al pueblo vasco por los siglos de los
siglos?” o el perdón “Se preguntó si después de
tantos años no debería ir pensando en olvidar. ¿Olvidar? ¿Qué es
eso?” pero
siempre con la ilusión que todo esto termine “Si
veis que dentro de un año o dos o los que sean, la situación
política se calma, que de verdad se ha acabado el terrorismo, nos
lleváis a los dos al cementerio del pueblo. Eso es todo lo que te
pido.”
No esta escrito con el animo de ajustar
cuentas a nadie, eso se lo deja a los familiares que en el interior
de sus maltrechas conciencias, se debaten en un mundo de
contradicciones donde han renunciado a la palabra felicidad. Han
caído de lleno en un estado en el que permanecen inalterables, no
permitiéndose el lujo de sobrellevar unas relaciones personales sin
ser alteradas, como no, por “sus” circunstancias. “Es el
tributo que se paga para vivir con tranquilidad en el país de los
callados”.
Destacar como de forma tangencial toca algunos temas que creo son
interesantes, pues la manera de afrontarlos forma parte de un todo,
donde el “conflicto” siempre esta presente. Así pasan por sus
paginas, el suicidio, homosexualidad, el papel del sacerdote
“—Escucha, Serapio. Quien no me quiera ver en el pueblo,
que me pegue cuatro tiros como al Txato”, los improperios
que reciben cuando salen de su zona (en este caso en un partido de
fútbol), dominar el idioma vasco y sus consecuencias, el choque
emocional y cultural al vivir fuera del País Vasco, enfermedad
incurable, etc.
La atmósfera que nos crea la novela,
pues es a las claras una novela/cuento, es fantástica, no se le
escapa ningún detalle; las tardes grises de lluvia predominantes,
parecen que te mojan a ti también y con ello te ves envuelto en una
tristeza/sentimiento que haces que te acerques todavía más, si
cabe, a nuestros protagonistas; sus rencores te duelen; las palabras
que no se dicen, las conoces; sus vidas destruidas que llevan en
silencio y sin querer reconocerlo, te queman por dentro; en
definitiva, te muestra a las claras todos los pormenores de personas
que han crecido con la soga del terrorismo apretándoles el cuello y
que la mejor manera de describirlo es como hace el autor, metiéndonos
dentro, imbuyéndonos de todos los pormenores y clavándonos también
a nosotros un dardo de dolor. “Nada más ver al Txato en el
ataúd, su fe en Dios reventó como una burbuja. Incluso lo notó
físicamente.”
Estamos hablando como si todo hubiera
acabado y creo que no es así, los rescoldos están muy vivos, sobre
todo en los pueblos; creo que harán falta varias generaciones para
darse cuenta que no les oprime a nadie, que no tienen mermado ningún
derecho y que todo se puede defender sin “ajusticiar” a nadie. En
el último informe del Defensor del Pueblo ( Marzo 2017) dice que
quedan más de trescientos casos sin juzgar. Esperemos que los niños
nacidos en fechas posteriores del “alto el fuego”, estudien en
los libros de historia (no como pasa en la actualidad), que fue la
obra de unos fanáticos sin remordimientos y no de
gudaris defensores del pueblo. “Quizá exagero, pero
tengo el firme convencimiento de que también está en marcha la
derrota literaria de ETA.”
Me alegra que esté en la lista de los
más vendidos, pues creo que cuanta más gente lo lea, más
conciencias removerá (sería un buen libro de texto de “educación
para la ciudadanía”),
había que hacerlo, y si los lectores son
jóvenes vascos, mejor; se darán cuenta que no cualquier tiempo
pasado fue mejor, que sus ascendientes no siempre tenían razón y
que la vida es muy valiosa para tirarla por la borda a cambio de
nada. Al autor además de decirle que ha escrito un libro muy bueno y
que nos regala
un final abierto a la esperanza, hay que darle las
gracias por hacerlo de esta manera tan sencilla/didáctica, que nos
hace comprender de una manera muy real,
unos acontecimientos por los
que todavía hay mucha gente llorando.
Acabo esta reseña con un párrafo que
creo es muy definitorio del libro y de la situación que nos
describe. La madre de un etarra hablando con el Santo: Y si lo
que hemos hecho era tan malo, ¿por qué no lo paraste a tiempo? Nos
dejas hacer y luego resulta que el sacrificio era para nada, que
miles de vascos que amamos lo nuestro nos hemos estado equivocando
como idiotas. Venga, Ignacio, que no se diga. Ponme a mi hija de pie,
saca a mi hijo de la cárcel o no vuelvo a dirigirte la palabra nunca
más. Concho, ¿no ves que también sufro?.
Mi puntuación es de 8,5 sobre 10.