Escrito en 1816. Fue publicado como
trabajo póstumo en 1818. Jane Austen murió a los 41 años en 1817.
Hay libros en los que solo hay que
dejarse llevar. Empiezas a leer, y como si de una misteriosa fuerza
se tratara, tienes que seguir haciéndolo. Devoras las páginas con
la confianza que no te van a defraudar; no hay sorpresas
desagradables, no hay impactos que te predisponen a la espantada; y
lo que sí percibes de inmediato es una calidad en su contenido
difícil de encontrar.
Destaca la confección de los
personajes; les vamos a acompañar durante la narración y son ellos
los que nos guiaran (cada uno con sus marcadas características) por
una historia, no por predecible menos cautivadora; ni por sobria,
menos admirable.
Se trata de una familia compuesta por
el padre viudo y tres hijas. A Sir Waltter Elliot, nos lo muestra
engreído, defensor a ultranza del buen nombre de la familia,
menospreciando a los que no pertenezcan a la nobleza y no admitiendo
su delicada posición económica (hasta para seleccionar el inquilino
de su casa, no le bastaba solo con que tuviera dinero) “Lo
peor de esta población era el sinnúmero de caras insignificantes”.
La hija mayor, Elisabeth, sigue a pies juntillas los pasos de su
progenitor, esperando en su “balcón” a algún príncipe
despistado que venga a desposarla “No le digas nada, pero el
vestido que llevaba la otra noche me pareció espantoso”.
Después esta Anne, ignorada por los demás miembros y convirtiéndose
en invisible para todos excepto para Mrs. Russell, amiga de la
difunta madre. Por último esta Mary, la pequeña y la única casada:
consentida y caprichosa, había entrado a formar parte de una familia
con situación financiera saneada, pero sin ninguna posición de
cuna; por lo que a ojos del padre y de la hermana mayor, los
Musgrove, eran gente zafia y humilde “.y ¡fuimos tan
apretados…! ¡Son tan gordos y ocupan tanto sitio…!”.
No hay que olvidar a los otros
componentes de la novela, que además de formar parte activa de la
trama, nos dan una visión muy amplia de los pormenores de una época
cambiante. Así tenemos, a consecuencias de las guerras continuas, la
figura de los militares como nuevo fenómeno social en alza (otrora
mal considerados) y con posibilidad de relacionarse con las
capas altas de la sociedad, aunque solo fuera por riqueza almacenada.
El comienzo de una clase de burguesía industrial y mercantil
pujante, que al igual que la anterior, con el dinero como carta de
presentación, asumían un papel que antes les fue negado. Y por
último, aunque la monarquía gobernaba (así fue durante largo
tiempo) y la gran aristocracia seguiría con la fuerza que le daba la
Cámara Alta, los puestos destacados del gobierno, la diplomacia y la
propiedad de latifundios; los no destacados en la llamada sociedad
estamental, con sus títulos nobiliarios, iban perdiendo fuelle,
ostentando cada vez menos poder efectivo.
La protagonista es Anne (la
mas parecida a la madre), hija intermedia de la familia; es en quien
recae el peso de la novela. Nos la muestra humilde, con inquietudes
culturales, gran sensibilidad, actitud serena y aparentemente
relajada en los momentos de tensión, obediente pero con una
rebeldía callada ante la injusticia “...es más joven porque
es hombre. Él puede rectificar su destino y ser feliz con otra.»”,
y sobre todo, con ese magnetismo para atrapar al lector “—Para
mí, sólo las personas cultas, inteligentes y de buena conversación
son de calidad y de trato apetecible. No entiendo otra cosa por buena
sociedad”.
La historia gira en función de la
llegada del Capitán Wentworth, con el que Anne, ocho años atrás,
había tenido un romance. Contando solamente con 19 años, Mrs.
Russell la aconsejó, con buen criterio, que desistiera en la
intención de continuar la relación debido al futuro incierto de
unirse a un hombre sin ingresos y sin un porvenir definido
(recordemos el grado de mortandad de las guerras y los pocos que
obtenían dinero alguno participando en ellas).
Lo primordial del relato y a raíz de
esta visita es, sin duda, la actitud adoptada por ella. Se muestra
serena y humilde pero con ese aire de altivez que da la indiferencia
fingida. Observa, calcula y espera la disposición de él y en
consecuencia decidirá sus pasos, pero sin mostrar un ápice de
sumisión, ni de implorar ninguna atención o signo de perdón.
En este punto tengo que hacer un inciso
y darle un “palo” a la película. En ella, la primera vez que se
encuentran -y en las siguientes- se producen unas miradas cruzadas,
unos visajes que están diciéndose todo....arruina el guión. La
esencia es ese juego de no mostrar ninguna debilidad,
ninguna apetencia por ambas partes; ni mucho menos manifestar deseo.
Sabemos que en la imagen, el lenguaje gestual es un buen aliado,
incluso determinante en algunas ocasiones, pero en este caso, de esos
pequeños detalles se alimenta el nudo para la “explosión”
final.
Volviendo al libro, me agradó para
mantener el interés, la manera de comportarse del Capitán. Esa
indiferencia que muestra hacia ella, esa frialdad, ese dejarse querer
sabiéndose deseado por todos; llegando incluso dar a entender, con
su continuo galanteo -inconsciente o no- su predilección por otra
mujer: es lo que le da riqueza a la narración, ya que enfrente, y en
ese juego de conductas, observamos a Anne no entrando al trapo,
imperturbable, con el sosiego necesario de ver cuando termina la
función teatral de “El cortejo del gallo despechado” y se
manifiesten unos sentimientos, que si bien imaginábamos, les
costaban salir a la luz.
Me interesó la marcada diferencia de
la que creo nos deja grandes pistas, entre la familia que acaparada
nuestras miradas (los Elliot) y la familia del esposo de la hermana
pequeña (Musgrove). Así observamos a una gente humilde en su manera
de actuar, sin la petulancia que le podría aportar su posición
económica; acogiendo de buen grado a nuestra protagonista y con las
criticas innobles de Mary; y por el contrario la otra, con una
quebrada posición financiera, pero altivos y clasistas, con esos
aires de los que antaño lo tuvieron todo y no se resignan a su situación actual.
A destacar una conversación entre Anne
y el Capitán Harville donde la autora expone con gran claridad sus
ideas, en lo referente a que la gran mayoría de los libros eran
escritos por hombres, teniendo por ello una visión mermada;
reivindicando de una manera tácita la proliferación de la mujer en
la escritura.
Como curiosidad, me llamo la atención,
la descripción de la belleza o no de Anne según en que estado de
ánimo se encontrara. Así se la veía mustia y sin color, como se
encontraba con unas sonrosadas mejillas llenas de vida; una belleza
apagada o con una imagen radiante.
Hubiera deseado para más interacción
en el argumento, una mayor competencia por el amor de Anne. Cuando
creía que la había encontrado en la figura de un primo heredero del
titulo nobiliario, que aparece de repente, resulta que nos lo
descarta en base a un pasado no muy honesto.
Me vais a perdonar la licencia de esta
frivolidad. Hay dos preguntas que al acabar el libro me asaltaban:
¿Como se pudo casar la madre de Anne con Mr. Elliot, si tan parecidas
eran? y la segunda ¿si El Capitán no hubiera vuelto con tanta
riqueza ni tan apuesto... se le habría tratado igual por parte de
todos; hubiera actuado Anne de la misma manera?. Tú, amigo lector, me
puedes contestar perfectamente...-Es que estaríamos hablando de otra
novela, no sería “Persuasión”. A lo que yo no tendré mas
remedio que contestarte: ¡Pues tienes razón!.
Decir que me ha gustado mucho, es de
los libros que no se olvidan nunca, sigo teniendo una fe ciega en
Jane Austen y estoy deseando saborear otro libro suyo. Os dejo, para
finalizar con una frase, de ese humor cáustico que rezuma toda la
obra. “¡Cuántos espejos, Dios mío! No había manera de
huir de uno mismo”.
Mi puntuación es de 8 sobre 10.
No hay comentarios:
Publicar un comentario